lunes, 25 de noviembre de 2013

La historia de la diosa-niña


Kumari Ghar, el santuario de la diosa-niña

Somos muchos los mortales a los que los dioses nos quedan demasiado grandes, nos desbordan, no logramos abarcarlos. Si, además, a quien nos mandan adorar es a un humano, que está vivo y es un niño, entonces la cosa se nos atraganta todavía un poco más. Ni la fe ni la inteligencia consiguen llevarnos tan lejos. Pues bien, en Nepal adoran con fervor a una niña diosa. Esa diosa viviente del hinduismo nepalí es la diosa Kumari, que literalmente significa virgen o pura. En realidad hay varias diosas Kumari en Nepal, pero ésta de Kathmandú es la más conocida, la que tiene más fama, por eso es llamada Kumari Devi, la diosa real. 


Plaza de Basantapur en Kathmandú, donde se encuentra el palacio de la diosa-niña
A los cuatro o cinco años se elige a esta niña para convertirla en diosa entre una serie de candidatas, siempre de la casta Shakya. Las aspirantes tienen que reunir 32 atributos de perfección y de belleza, que están ya recogidos desde el siglo XVIII. Entre ellos, haber nacido bajo la luna de abril, tener la piel blanca, poseer toda la dentadura y no tener cicatrices, imperfecciones ni rasguños. Que no hayan derramado ni una gota de sangre parece ser lo más importante, pero también, y mucho, que sean valientes. Tienen que pasar la noche en una estancia llena de sangrantes cabezas de búfalo iluminadas con velas. Los monjes tratan de asustarlas ataviados con hábitos fantasmagóricos y máscaras para que dejen ver si tienen miedo. La que demuestre más entereza será la elegida. A partir de ahí se le separará de su familia y se irá a vivir al Kumari Ghar, el santuario de la diosa niña en Basantapur, la plaza del centro histórico de Kathmandú. La diosa Taleju se reencarnará dentro de ella y vivirá en su cuerpo hasta que la niña se haga sangre o tenga la primera menstruación. En ese momento la diosa abandona el cuerpo de la Kumari, que nuevamente recupera su normal estado terrenal, pierde su estatus de diosa y, como todas las jóvenes, invertirá buena parte de su tiempo en tratar de casarse, lo que no siempre es fácil, ya que la leyenda dice que el varón que la despose será desgraciado. 

A la ventana central se asoma la Kumari a saludar

La diosa niña no puede ser tocada por nadie, se alimenta con comida pura, especialmente preparada para ella y bendecida.  Sólo un día al año abandona el palacio. Lo hace para asistir al festival Indra Jaatra. La diosa-niña es llevada hasta la máxima autoridad del país y le otorga su bendición.

Es complicado poder verla pero, la suerte ha jugado a nuestro lado y hemos podido estar con la Kumari de Kathmandú en el santuario de Basantapur, aunque está totalmente prohibido fotografiarla. Nos han permitido acceder al pequeño patio con ventanas y puertas de madera oscura y hemos sido testigos de la salida de las niñas que los monjes llevan al Kumari Ghar para que hagan compañía y jueguen con la diosa-niña. Poco después, con cara de indiferencia y gesto aburrido, ha salido la Kumari durante un par de minutos a la ventana. Resignada, se ha mantenido ese tiempo inexpresiva, sin un gesto de cercanía, sin sorprenderse, cumpliendo inmutable su papel de diosa, para desaparecer de nuevo al cabo del rato. Podemos decir que hemos tenido suerte. Aunque no nos haya sonreído, hemos estado con una diosa.  


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