jueves, 8 de agosto de 2013

Mejor pegúntale al hombre en Amritsar



Amritsar es famosa sobre todo por el maravilloso Templo Dorado o Templo de Oro, el imponente santuario de los sijs, al que acuden en masa para ver de cerca el Adi Granth, el libro de las escrituras sagradas, al que los sijs consideran su dios o su guía espiritual. Este espectacular centro de peregrinación recibe más visitas incluso que el mundialmente conocido Taj Mahal. Desgraciadamente, un hecho terriblemente trágico ha hecho célebre la ciudad por otros motivos. Se trata de la tristemente famosa matanza de Jallianwala Bagh, una masacre en la que las ráfagas británicas asesinaron impunemente en este jardín cerrado a más de 1.500 personas desarmadas que pacíficamente clamaban por la independencia de la India.

El día 24 de julio completamos la visita de la ciudad asistiendo a la llamativa arriada de bandera y a un coreográfico relevo de la guardia en el cercano puesto fronterizo con Pakistán, un alarde de poderío que saca a relucir el coraje de la población sij poniendo en escena de manera teatral todo un ritual de gritos, cánticos, bailes y retos que exaltan y enorgullecen a los locales. A la postre, resulta un tanto surrealista pensar que esta frontera, a priori considerada una de las más peligrosas del mundo, se convierta diariamente en un espectáculo circense, en una jornada festiva. 

El aeropuerto de Amritsar (Sri Guru Ram Dass Jee) es pequeñito, casi familiar, una cosa parecida al de Alvedro, en La Coruña. Como es lógico, para evitar problemas nos presentamos con bastante antelación, algo así como tres horas de adelanto. Tomamos el picnic que nos habían proporcionado en el hotel y, una vez pasados los controles policiales, nos entretuvimos como pudimos en la sala de espera. Mientras esperábamos la salida del vuelo AI-462 hacia Delhi, algunos decidieron gastar el tiempo sobrante exprimiendo al límite las rupias que les quedaban en la cartera o dándole otro apretón más a la tarjeta de crédito para hacer las últimas compras innecesarias de cualquier viaje que se precie. Yo dediqué ese rato aparentemente vacío a buscar alguna foto escondida por los rincones de la sala de espera. Está claro que en cualquier momento podemos descubrir América. Mi mirada dejó de deambular de un lado a otro para quedarse fija en una joven. Una mujer de aspecto refinado captaba mi atención. Muy morena, bien vestida, lucía un sari llamativo. Resaltaban la imagen y sus encantos las numerosas pulseras multicolores de su brazo derecho y un especial decorado de uñas y manos. Me quedé aturdido contemplando aquella obra de arte. Ella, ajena, ni siquiera levantó la vista de su móvil. Carraspeé para llamar su atención y cuando me dirigió la mirada le pregunté en inglés si me daba permiso para fotografiar sus manos. El ligerísimo aturdimiento que percibí en su expresión me hizo pensar que mi proceder era infrecuente pero no llegaba a ser impertinente. El desenlace se tradujo en un gesto de aceptación con la cabeza y un improvisado posado de manos, al que dediqué cuatro o cinco disparos con mi Canon. 


La sonrisa que le dediqué al darle las gracias se quedó congelada al tropezarme de sopetón con la mirada amenazante de un tipo alto, moreno, fuerte y con cara de pocos amigos. No hacía falta ser un profesional de la psiquiatría para darse cuenta de que aquel tipo desaprobaba la situación que acababa de presenciar. Me debatía entre darle la razón a una supuesta osadía por mi parte o a la respuesta positiva de su mujer a mi inocente propuesta fotográfica. Sin tiempo a desentrañar el misterio tomé de inmediato la decisión de hacer mutis por el foro. En estas circunstancias desaparecer del frente activo suele ser casi siempre recomendable. Y saludable muchas veces.

Por desgracia, a la mujer en la India le pasa lo mismo que a la mujer en casi todo el resto del mundo, que es considerada un ser de categoría inferior respecto al hombre. Poco después de este lance intrascendente en el aeropuerto de Amritsar me enteré de que en la India si no quieres complicar las cosas, nunca debes hacer una pregunta a una mujer. En el Punjab, además, si no quieres tener que pasar por el trago de tener que enfrentarte a la mirada feroz de un sij, para obtener una respuesta es mejor, y no entraña riesgos, preguntarle al hombre.

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