domingo, 15 de diciembre de 2013

Indira Gandhi y los sijs



Aparte de su religión, que reniega de las castas y de la adoración de imágenes, los sijs, que son unos 30 millones en el mundo y mayoritarios en el estado de Punjab, tienen suficientes signos externos de identidad como para no pasar desapercibidos. Llaman la atención por  su corpulencia, son altos y fuertes, por su mirada penetrante, por sus grandes turbantes y porque no se cortan el pelo. Están obligados a respetar la regla de las cinco K: no cortarse la barba ni el pelo (kes), llevar siempre pantalones cortos (kach), una pulsera para protegerse del demonio (kara), un puñal (kanda) y un peine (kanga). 


En un viaje como éste siempre surgen oportunidades de distinto tipo para hacer continuas referencias a los sijs y relacionarlos con Indira Gandhi. El nombre de la Primera Ministra ha estado circulando de boca en boca entre nosotros, especialmente durante nuestra visita a Amritsar, al noroeste del país, mientras pasaba de mano en mano El Sari Rojo, el libro de Javier Moro que desentraña la vida de su nuera, Sonia Gandhi.

Aunque las cosas estén cambiando mínimamente, en la India el nacimiento de una hija se recibe con tristeza o cuando menos sin alborozo. Una chica es una carga, no un alivio. Hay que hacer un esfuerzo para imaginarse lo que habrá supuesto en su momento para un país tan tradicional la elección de Indira Gandhi como primera ministra. Indira, hija de Nehru, uno de los líderes independentistas que lucharon contra el dominio colonial británico, estudió en algunas de las mejores universidades europeas y ya era en los años cincuenta la mujer más influyente en la India. En 1966 fue elegida por el Parlamento indio como nueva primera ministra, un hecho histórico que conmocionó a la sociedad hindú y al resto del continente asiático.

Consiguió darle un empujón al desarrollo de su país en su lucha contra la pobreza y actuó con mano dura contra la corrupción. Tras una grave sequía que provocó gran hambruna en el país, en 1977 decidió convocar elecciones, de las que salió derrotada e incluso tuvo que pasar unos meses en la cárcel, acusada de abuso de poder. En 1980 gana de nuevo las elecciones y logra colocar a la India entre las quince naciones más poderosas del mundo. Su papel de líder de los países del Tercer Mundo hace que la nombren presidenta del Movimiento de Países no Alineados.





Dentro de su país, Indira tuvo que luchar intensamente contra el avance del nacionalismo sij, que perseguía la independencia del Punjab para crear un nuevo país al que se llamaría Khalistan. En la operación militar Blue Star, Indira acorraló a los nacionalistas en el Templo Dorado de Amritsar y la batalla terminó con una gran matanza, cientos de civiles muertos y graves daños al templo sagrado de los sijs.

Los sijs jamás perdonaron a Indira. Tras haberse librado de dos atentados, fue asesinada tres meses después de su reelección en 1984. Murió en su casa acribillada por 31 impactos de bala de dos sijs que velaban por su seguridad y pertenecían a su guardia.


martes, 26 de noviembre de 2013

Khajuraho: Sexo por todo lo alto




Aunque podemos encontrar algunas raras excepciones en los templos católicos, los occidentales no estamos acostumbrados a contemplar escenas eróticas en las iglesias o en los conventos. Sin embargo, en Khajuraho, esta pequeña población india del estado de Madhya Pradesh, se pueden contar hasta 22 templos que, en perfecto estado de conservación, airean sin recato a los cuatro vientos sus paredes repletas de retablos de alto contenido erótico, orgías de diverso tipo, sexo explícito en grupo y un amplio surtido de escenas de zoofilia.

Hay esculturas de diverso tipo, con dibujos de carácter geométrico o florales, con pasajes cotidianos de la vida cortesana, con figuras de animales o con imágenes de dioses, pero por cantidad y osadía sobresalen notoriamente aquellas que representan figuras femeninas en actitudes y poses eróticas o los grupos escultóricos con imágenes sexuales de parejas o de grupos.


Los indios son enormemente recatados con todo lo referente al sexo. Por eso sorprenden todavía más estos templos con imágenes atrevidas de sexo explícito, con parejas, tríos o grupos enzarzados en tareas amatorias de diversa índole desde todos los ángulos y en todas las posturas acrobáticas imaginables o con provocativas bailarinas que muestran abiertamente una sexualidad descarnada. Se desconocen realmente las razones por las que se optó en su momento por esta decoración, que podría considerarse perversa y ser objeto de censura en muchos países, en los templos de Khajuraho. Hay gente que piensa que se hizo por motivos didácticos, una especie de universidad del sexo para los jóvenes de la época. Otros dicen que es una imposición que se debe a una revelación divina. Fueran cuales fueran las razones, lo cierto es que los templos del amor de Khajuraho son espectaculares y únicos en el mundo.



Los templos corresponden al período álgido de la dinastía Chandela (siglos X y XI). Durante más de 700 años permanecieron sepultados por la maleza y perdidos para la humanidad, hasta que un capitán del ejército británico los redescubrió en 1838. Fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986.

Hay templos jainistas (en el lado este) e hinduistas (en el oeste), pero la construcción es prácticamente idéntica, realizada en piedra arenisca sobre plataformas elevadas, con paredes recubiertas de tallas eróticas y cúpulas rematadas con una gran torre (shikara) que simboliza el monte Kaliasha, la montaña cósmica, por lo que se reconocen con ese nombre, los Templos de la Montaña Cósmica.


Al menos en uno de los templos del lado este se sigue practicando el culto. Se puede visitar igualmente, pero con la condición de hacerlo sin llevar nada de piel. Los jainistas son vegetarianos estrictos y terriblemente escrupulosos con lo del respeto a los animales. Muchos de ellos llegan al extremo de llevar mascarillas para evitar tragarse por error algún pequeño insecto.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La historia de la diosa-niña


Kumari Ghar, el santuario de la diosa-niña

Somos muchos los mortales a los que los dioses nos quedan demasiado grandes, nos desbordan, no logramos abarcarlos. Si, además, a quien nos mandan adorar es a un humano, que está vivo y es un niño, entonces la cosa se nos atraganta todavía un poco más. Ni la fe ni la inteligencia consiguen llevarnos tan lejos. Pues bien, en Nepal adoran con fervor a una niña diosa. Esa diosa viviente del hinduismo nepalí es la diosa Kumari, que literalmente significa virgen o pura. En realidad hay varias diosas Kumari en Nepal, pero ésta de Kathmandú es la más conocida, la que tiene más fama, por eso es llamada Kumari Devi, la diosa real. 


Plaza de Basantapur en Kathmandú, donde se encuentra el palacio de la diosa-niña
A los cuatro o cinco años se elige a esta niña para convertirla en diosa entre una serie de candidatas, siempre de la casta Shakya. Las aspirantes tienen que reunir 32 atributos de perfección y de belleza, que están ya recogidos desde el siglo XVIII. Entre ellos, haber nacido bajo la luna de abril, tener la piel blanca, poseer toda la dentadura y no tener cicatrices, imperfecciones ni rasguños. Que no hayan derramado ni una gota de sangre parece ser lo más importante, pero también, y mucho, que sean valientes. Tienen que pasar la noche en una estancia llena de sangrantes cabezas de búfalo iluminadas con velas. Los monjes tratan de asustarlas ataviados con hábitos fantasmagóricos y máscaras para que dejen ver si tienen miedo. La que demuestre más entereza será la elegida. A partir de ahí se le separará de su familia y se irá a vivir al Kumari Ghar, el santuario de la diosa niña en Basantapur, la plaza del centro histórico de Kathmandú. La diosa Taleju se reencarnará dentro de ella y vivirá en su cuerpo hasta que la niña se haga sangre o tenga la primera menstruación. En ese momento la diosa abandona el cuerpo de la Kumari, que nuevamente recupera su normal estado terrenal, pierde su estatus de diosa y, como todas las jóvenes, invertirá buena parte de su tiempo en tratar de casarse, lo que no siempre es fácil, ya que la leyenda dice que el varón que la despose será desgraciado. 

A la ventana central se asoma la Kumari a saludar

La diosa niña no puede ser tocada por nadie, se alimenta con comida pura, especialmente preparada para ella y bendecida.  Sólo un día al año abandona el palacio. Lo hace para asistir al festival Indra Jaatra. La diosa-niña es llevada hasta la máxima autoridad del país y le otorga su bendición.

Es complicado poder verla pero, la suerte ha jugado a nuestro lado y hemos podido estar con la Kumari de Kathmandú en el santuario de Basantapur, aunque está totalmente prohibido fotografiarla. Nos han permitido acceder al pequeño patio con ventanas y puertas de madera oscura y hemos sido testigos de la salida de las niñas que los monjes llevan al Kumari Ghar para que hagan compañía y jueguen con la diosa-niña. Poco después, con cara de indiferencia y gesto aburrido, ha salido la Kumari durante un par de minutos a la ventana. Resignada, se ha mantenido ese tiempo inexpresiva, sin un gesto de cercanía, sin sorprenderse, cumpliendo inmutable su papel de diosa, para desaparecer de nuevo al cabo del rato. Podemos decir que hemos tenido suerte. Aunque no nos haya sonreído, hemos estado con una diosa.  


domingo, 10 de noviembre de 2013

Tropezarse con la mirada de Buda





Y de repente, al doblar un recodo, ante nosotros, como surgida majestuosamente de la nada, la enorme estupa de Bodhanath, considerada una de las más grandes del mundo. Una plaza gigantesca ocupada en su totalidad por un monumento colosal o una estupa grandiosa que ha generado un templo de fervor en la plaza. Estupor, expectación, rostros y actitudes paralizados, gestos absortos ante la mirada penetrante de Buda que desde las alturas escudriña los cuatro puntos cardinales. Los disparos de las cámaras y los flashes interrumpen la pureza del instante. Miles de personas circunvalan ordenadamente el corazón del budismo tibetano en Kathmandú. Una rueda humana mueve el fervor creyente de manera continua. A pesar de la distancia que me separa de los credos religiosos, noto cómo los ojos de Buda tratan de arañarme al alma.




Pasado el primer momento, se puede disfrutar con intensidad del misticismo que gira en torno al gran dios que todo lo ve, se puede palpar el ritmo acompasado de las vidas errantes dando vueltas insistentemente alrededor del más allá. Un gran cono central, una inmensa estupa dirige los movimientos de los fieles, de los penitentes y de los devotos que giran y giran en este singular templo callejero. Una súplica circular pide fervorosamente al todopoderoso dios del tiempo el regalo imposible de la eternidad. La gran rueda de la vida no parará de dar vueltas hasta terminar atrapándonos a todos. 





lunes, 4 de noviembre de 2013

Un templo invertido


Te estás moviendo por la India y de repente te tropiezas con un inmenso foso armónico, una maravillosa composición de piedra escalonada que crece hacia el fondo, un descenso gradual, acompasado  y rítmico hasta las mismísimas entrañas de la tierra. Esta agujero espectacular, esta sorpresa arquitectónica de cuidada geometría está a unos pocos kilómetros de Jaipur camino de Agra, en la localidad de Abhaneri, a una hora o dos por carretera desde esta gran ciudad del estado de Rajastán. Se llama Chand Baori. Es una especie de aljibe gigantesco, de aspecto llamativo y muy original, situado frente al templo de Harshat Mata. Los baoris son construcciones relativamente frecuentes en India. En síntesis se trata de pozos con forma de tronco de pirámide invertida, formados por varias terrazas a distintos niveles, unidas por diferentes tramos de escalera.Se calcula que llegaron a construirse unos tres mil y todavía se conservan varios cientos de ellos.


La sensación visual es chocante porque, en definitiva, sientes que te encuentras ante algo extraño, una especie de edificio al revés, un monumento excavado, una deconstrucción, un templo que crece hacia abajo nada menos que con 13 niveles de profundidad. El acceso a los mismos se realiza gracias a los 3500 escalones que se han construido en los laterales. No se permite bajar, únicamente es observable desde la superficie. Según parece, la construcción data de principios del siglo IX y es innegable que resulta espectacular a la vista y muy tentador para los captadores de imágenes, que no paran de disparar sus cámaras. Otro de sus alicientes es que prácticamente no hay visitantes y en el lugar se respira la calma en silencio. 


Al fondo, unos 30 metros por debajo de la superficie, un gran depósito de aguas verdosas pone la nota de color llamativo al tono uniforme del conjunto pétreo. La disposición estratégica de sus múltiples escaleras invita a las composiciones fotográficas y tienta al observador a descender a los diferentes niveles, si bien el acceso a las mismas no está permitido. Algunos niños buscan hablar con el visitante e intentan obtener algún resultado positivo de la charla.





martes, 15 de octubre de 2013

Sagrado como una vaca

Cuando aquí decimos "te lo juro por lo más sagrado" no pensamos en una vaca. En España la vaca es una animal admirado y querido. Rubia gallega, tudanca o frisona son razas de referencia muy apreciadas por su carne y su leche. En el medio rural, la subsistencia de muchas familias sigue dependiendo de ellas y es por ello por lo que se las cuida y se las mima. En ocasiones, se les tiene más cariño incluso que a algunos miembros de la familia. Pero, ni siquiera en esos casos se dice ni se piensa que sea un animal sagrado. Para nosotros lo sagrado tiene una dimensión diferente.
Una de las cosas que llaman la atención a los occidentales es que las vacas sean sagradas. Para el hinduismo todo lo que proviene de una vaca es sagrado. Por extraño que resulte a nuestros ojos, el cuerpo de la vaca aloja escondidos alrededor de 330 millones de dioses y diosas. Al margen de este carácter divino, para los hindúes la vaca representa la abundancia, la fecundidad y la naturaleza, simboliza a a la madre y es la proveedora de leche y otros alimentos. En India la vaca está protegida por ley. Nadie se atreve a matar a una vaca (además está penalizado), pero tampoco a perseguirla ni a maltratarla. Es más, ni siquiera a molestarla. Ciertamente resulta chocante que las vacas sean las “reinas” de la calle al mismo tiempo que sea tan palpable la pobreza existente y tan conocido el dato de que muchos millones de indios se mueren de hambre. ¿Son justos los dioses?
Ahora bien, ese carácter sagrado que el hinduismo confiere a las vacas no solo responde a razones religiosas sino que también está amparado por el pragmatismo de las razones económicas. En primer lugar hay que tener en cuenta que India es un país fundamentalmente agrícola y sin industrializar. Esto significa directamente que se precisa tracción animal para arar la tierra y para el resto de los trabajos en el campo. Si se sacrificasen las vacas no habría suficientes animales para realizar las tareas agrícolas. En segundo lugar están todos los productos que brinda la vaca. Además de los alimentos, la leche, la cuajada, los quesos y la mantequilla, el estiércol de vaca es un combustible con gran capacidad calórica, que también se utiliza como fertilizante, como repelente de mosquitos, como aislante y como material de construcción. También la orina se aprovecha como desinfectante y, por si esto fuera poco, se ha lanzado recientemente al mercado un refresco de cola que ha tenido enorme aceptación, hecho con hierbas medicinales y orina de vaca. Por todo ello es fácil concluir que los dioses salvan a las vacas porque son sagradas y porque resulta más beneficioso mantenerlas vivas.

La realidad es que las vacas, muchas veces escuálidas, campan a sus anchas por las calles, en las escaleras de un templo o en medio de la carretera y se las puede encontrar en los lugares más insospechados, sin que nadie, por mucha lata que den, se atreva a molestarlas.




miércoles, 9 de octubre de 2013

Irse abrasado al más allá

El cuerpo del difunto arde envuelto en llamas
De las almas no hay que preocuparse, continúan su camino. O se lo han ganado y van directamente al paraíso, esté donde esté, o siguen condenadas a penar. Siempre es así. La cuestión está en deshacerse de los cuerpos. Cuando uno se muere, vuelve a la tierra por medio de algún ritual que termina en un enterramiento, o se incinera y queda reducido a cenizas. Los hindúes cuando mueren no son enterrados, se queman. Todo el mundo que puede, cuando nota que se le aproxima la hora, se acerca a orillas del Ganges o de cualquier otro río sagrado, para estar más cerca del paraíso. En India, la ciudad santa de Varanasi es el lugar ideal para morirse. Estás a un paso de las puertas del cielo. En Nepal no hay un lugar específico, pero el templo Pashupatinath, a orillas del río Bagmati, es un punto interesante en el que se pueden observar sin tanto agobio como en Benarés, las ceremonias crematorias.
La cremación es pública y los asistentes apenas prestan atención al ritual

Aunque en la religión católica no hay nada en contra de las incineraciones, el acto de quemar el cuerpo sin vida todavía tiene algo de dantesco, lo tenemos asociado al fuego eterno o a las llamas del infierno. De ahí que no hagamos piras funerarias y que las incineraciones se lleven a cabo de una forma recogida, discreta, silenciosa, casi de puntillas. De hecho, la inmensa mayoría de las defunciones católicas terminan con el enterramiento del cuerpo.
Los altares se van llenando conforme van llegando los cadáveres

En India la selección por castas está presente en todo momento, incluso después de la muerte. En función de la casta y de la categoría social del fallecido la cremación se hará de una forma u otra. Una de las diferencias está en la madera que se utilice y en su precio. La que usan las castas inferiores es la más barata y viene a costar unas 50 rupias el kilo (algo menos de un euro), mientras que las castas de orden superior utilizan el sándalo, cuyo precio se dispara hasta las 3000 rupias el kilo (casi 40 euros). En el medio todo un abanico de posibilidades. Teniendo en cuenta que en una cremación se suelen gastar unos 200 kilos de leña, podemos hacernos una idea de lo que a cada casta le cuesta pasar al otro mundo.Algunas familias hipotecan su casa para poder pagar la cremación de sus seres queridos. En casos extremos, cuando el muerto es muy pobre, se le echa al río directamente sin incinerar.

Algunas personas inspeccionan el lecho del río en busca de joyas u otras piezas de valor

En Varanasi y en otros lugares de India está prohibido hacer fotografías de los crematorios y en las proximidades, lo cual no quiere decir que no se hagan. Es más, la prohibición añade un puntito más de interés al morbo que suele acompañar al visitante occidental de estos lugares. En Nepal se puede asistir a la ceremonia de la cremación y no ponen problema alguno a la toma de imágenes. Ciertamente algo de morbo tiene que haber en esas grandes concentraciones de curiosos que, en medio del hedor y la suciedad, nos pirramos por tener la posibilidad de ver cómo abrasan a un cadáver y lo tiran al río. En Occidente nuestra práctica social va encaminada a distanciarnos de la muerte, no queremos que forme parte de nuestro día a día, la escondemos. En India es todo lo contrario. Lo que se hace es poner en evidencia constante que somos efímeros, convivir con la muerte, tenerla presente continuamente, para que así no resulte ajena, para no temerla.
La pira arde durante unas tres horas, el tiempo que tarda en destruirse el cuerpo

Los cadáveres llegan  a los crematorios rodeados de los cánticos de los porteadores y envueltos en alguna tela (si es hombre o viuda una sábana blanca, si es una mujer un paño rojo con algún adorno dorado) y atados con cinchas a una estructura de bambú a modo de camilla. En algunos casos llegan recubiertos con bosta de vaca, sagrada y de gran capacidad calórica como combustible. En contra de lo que sucede aquí, en India las cenizas no se las lleva la familia a su casa, se tiran al río. Los que trabajan en los crematorios rebuscan para tratar de encontrar alguna joya entre los restos.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Rickshaw: sobrevivir a golpe de pedal



En muchos lugares de la India ya están motorizados, pero en Varanasi, en Amritsar o en Jaipur, por ejemplo, todavía abundan. Realmente algo te amarga las tripas al coger un rickshaw de los de verdad, de los de tracción animal, de los que  mueven las piernas de un tipo harapiento y escuálido que no se atreve ni a mirarte a la cara. Los empujan a golpe de pedal los más desfavorecidos, esos intocables que resultan invisibles a los ojos de otras castas. Para estos hombres el rickshaw no solamente es su actividad, su medio de vida, su trabajo, su sustento, en muchos casos esa bicicleta vieja y destartalada es su único hogar. En ella pasan el día, en ella comen y en ella duermen. Están permanentemente a la espera de que alguien les compre el esfuerzo inhumano por unas pocas rupias. 



Puede parecer muy “typical” pero es verdaderamente humillante observar desde la altura del sillón privilegiado cómo el hombre se retuerce, cómo se muere sobre el pedal, cómo se le revientan los gemelos para conseguir mover el peso del vehículo con dos, tres o cuatro pasajeros cuando el camino se empina y cómo se baja con habilidad felina para continuar la carrera impulsando el triciclo con las manos cuando ya las piernas no son capaces de seguir un paso más.



En Varanasi cogimos rickshaws. Nosotros sí los vemos, nosotros si vamos con el corazón encogido observando el esfuerzo titánico que realizan, nosotros no podemos evitar ser conscientes de cómo culebrea, cómo se le empapa la espalda, cómo traga saliva, cómo se le rompen a cachos los riñones. Hay que refugiarse para vivir este dolor, justificarse para servirse de ellos, para utilizarlos. Y una razón de peso es tener la oportunidad de darles unas monedas, ser conscientes de que nuestro abuso les va a permitir comer otro día. Algunos lo tienen muy difícil. Los años no perdonan. La gente rechaza a los mayores porque, como los animales viejos, ya no valen para hacer el trabajo que hacían. Pero ellos no cejan. Se colocan en las zonas sin desniveles esperando que alguien despistado no se fije en sus canas y les contrate. Si fallan el cliente les insultará y no tendrán derecho ni a una moneda. Si ganan será una carrera robada que le permitirá comer un día más. Y así hasta el final. Muchos de ellos morirán en el rickshaw.